El «invierno demográfico» empieza a dejar en Japón temperaturas ya no gélidas sino directamente polares. Y estampas que, por previsibles, no dejan de resultar llamativas. Coincidiendo con el descenso acelerado de la natalidad, que según los datos preliminares del Ministerio de Salud nipón cayó en 2022 hasta un mínimo histórico, Japón está viendo cómo muchas de sus escuelas se ven forzadas a cerrar las puertas. No lo hacen por falta de profesorado, escasez de material o un súbito interés por el homeschooling. Tienen que apagar las luces por una razón más simple, e inapelable: no hay niños que se sienten en sus pupitres.
Así de fácil. Así de trágico.
¿Tanto baja la natalidad? Y tanto. La curva que dibujan los datos del Banco Mundial dejan poco margen para interpretaciones. Si la tasa bruta de natalidad por cada 1.000 personas marcaba 19 a comienzos de la década de 1970, a inicios de los años 90 se había despeñado hasta casi la mitad. Y tras una caída algo más moderada, pero continua, sin apenas altibajos, en 2020 estaba ya en 7.
La plataforma Statista sitúa también a Japón en su «TOP 20» de naciones con menor tasa de fertilidad, con un valor de 1,38, el mismo de Rumanía.
Un récord bastante elocuente. No hace falta recurrir a las tasas. En 2022 el país alcanzó un récord que retrata bien cuál es su situación demográfica y los retos que conlleva: según los datos preliminares del Ministerio de Salud, Japón registró el año pasado 799.728 nacimientos. La cifra es reveladora por varias razones.
La primera, porque muestra que la tendencia sigue a la baja, con una caída interanual de 43.169 alumbramientos. Segundo, y este es quizás el indicador más simbólico pero también elocuente: es la primera vez que no alcanza la barrera de los 800.000. Al menos desde 1899, primer año del que constan estadísticas.
Un vaticinio adelantado. Las autoridades niponas ya contaban con que más pronto que tarde la natalidad bajaría de los 800.000 anuales, pero calculaban que semejante escenario no se alcanzaría hasta dentro de unos cuantos años, en 2030. Detrás del dato puede haber varios factores, algunos de fondo y otros apegados al contexto de los últimos años, como que la pandemia del COVID-19 haya llevado a las parejas a posponer el matrimonio y sus planes de formar una familia.
Por supuesto, en la ecuación entran factores económicos y culturales a los que no son ajenos otros países que también han visto descender su natalidad a lo largo de las últimas décadas, entre ellos España y otras naciones de Europa.
Y si no hay niños ni niñas… ¿Qué hacen los colegios? He ahí la pregunta del millón. La escasa natalidad puede representar un desafío social y económico para el Japón del mañana, pero lo es ya para sus escuelas, abocadas a desaparecer por falta de alumnos. Hace poco Reuters publicó un amplio reportaje sobre la materia en el que incluía un dato revelador: cada año tienen que cerrar alrededor de 450 centros, según los datos del Gobierno. Solo a lo largo de las últimas dos décadas, entre 2002 y 2020, se han visto obligadas a echar la llave casi 9.000.
Escuelas pequeñas y rurales. Esas serían las peor paradas, según la información que maneja Reuters. A modo de ejemplo señala el caso de Yumoto Junior High, una escuela secundaria situada en Ten-Ei, localidad montañosa de la prefectura de Fukushima, que tendrá que decir adiós tras 76 años de historia. Lo hára tras la graduación de sus dos últimos estudiantes, de 15 años.
La situación de Ten-Ei es bastante clarificadora: acoge a algo menos de 5.000 habitantes, de los que solo alrededor del 10% tiene menos de 18 años. A mediados del siglo XX el padrón pasaba de los 10.000 residentes gracias al empuje de la agricultura y manufactura. Por entonces, en la década de 1960, en la Yumoto Junior High se graduaban medio centenar de alumnos todos los años.
¿La pescadilla que se muerde la cola? He ahí uno de los miedos del pueblo: que el cierre de escuelas, provocado por la escasa natalidad, contribuya a su vez a hundirla aún más. «Me preocupa que la gente no considere esta zona un lugar para mudarse u formar una familia si no hay una escuela secundaria”, explica Masumi, la madre de una de las dos graduadas en Yumoto y exalumna del centro.
Otro riesgo es que el cierre de escuelas rurales ahonde en la brecha entre regiones y agrave la situación de las villas más remotas. «El cierre de la escuela significa que el municipio acabará siendo insostenible”, advierte Touko Shirakawa, sociólogo.