El baile no ha dejado de hervir. Sigue siendo la principal diversión nacional. Antes en salones, o en fiestas privadas, ahora en discotecas, o conciertos al aire libre, lo cierto es que ni el tiempo ni las transformaciones socioculturales lo han desplazado de la preferencia del dominicano.
Cuando se piensa en distracción, lo primero es bailar al conjuro de la música mejor, con independencia de que ahora es lo urbano señorea. Después, el hecho de escuchar música es otra fuente para pasar el tiempo libre. Desde los años cincuenta todo fluía al estilo del rock. Ya en los sesenta los Beattles, la música brasileña y la nueva trova cubana, y el surgimiento de los llamados “cantautores” se unieron a la efervescencia intelectual en favor de la música.
Hoy, la tradición se mantiene, aunque con la legítima evolución de los medios y la propia concepción de la palabra distracción. En tercer término, la llegada de la televisión, el teléfono y de los medios electrónicos, revolucionó también el concepto de entretenimiento, haciéndolo mucho más particular.
El cine, las tertulias, los paseos a la playa, y las comidas en restaurantes de la ciudad, son otras de las principales fuentes de distracción del dominicano de hoy.
En los pueblos, hay un concepto mucho menos global y se mantienen algunas tradiciones como las parrandas, las fiestas patronales, los carnavales, las romerías, los paseos, bañarse en ríos contaminados y organizar encuentros entre amigos.
Sin embargo, la modernidad ha sido un poco drástica con la economía del dominicano que busca entretenimiento: “Antes, la gente en los pueblos se entretenía con cualquier ’vaina’, hasta con un enfermo grave o un mortuorio, pero ahora, si no hay dinero, no hay diversión”, dice el librero Juan Báez.
Diversión en la “Era”
“Evidentemente, con la llegada de la televisión, el concepto de entretenimiento dio un vuelco de ciento ochenta grados. Antes vivíamos encerrados en Santo Domingo. Es cierto que no había telecable y sólo se veía lo que Trujillo decidiera. Pero así y todo fue un cambio total”.
Así opina el Premio Nacional de Literatura Manuel Mora Serrano, quien considera que la pequeña pantalla marcó la transformación de la diversión nacional. De joven emigró de Pimentel a Santo Domingo, donde aprendió la notable diferencia de entretenimiento entre la ciudad y el campo.
“Como vivíamos dentro de una dictadura, muy poco podíamos hacer. Los principales entrenimientos entonces eran hacer cuentos, leer poemas, hablar de pelota, ir al boxeo y a la lucha libre, caminar por la calle El Conde y las corridas de Toros en la plaza Colombina, hoy parque Hostos. En Santiago, el entretenimiento era ir al cine, a bañarnos en los ríos, las retretas, hablar en las esquinas y caminar por los parques”.
“Después de la muerte de Trujillo, el país entero cambió. Vivíamos encerrados dentro de nosotros mismos. Antes de 1955 no había dónde bailar que no fuera en los clubes de primera. Los jóvenes estudiantes íbamos a unos bailecitos familiares. Incluso, los jóvenes de la Capital viajaban al interior para bailar, porque en muchos bares se podía bailar de manera decente con las muchachas de los pueblos. Eramos más ingenuos y teníamos algo notorio: bebíamos ron, o ron con refresco. Ahora queremos beber vino o Champagne. Claro, que en aquel tiempo no era tan fácil encontrar el vino, a no ser el que hacían en las casas”.
La juventud
Mario Rodríguez, 22 años, vive en Santiago. Viene todos los sábados y domingos a la Capital en su ‘‘Mazda’’ del año en busca de diversión. ‘‘Hoy, en Santiago uno no se puede entretener. Ya estamos cansados de la misma música, de las mismas discotecas y de subir al Monumento a tomar cerveza, queremos algo diferente. Tenemos derecho a cambiar’’. Mario viene ‘‘a correr’’ su auto por la avenida Abraham Lincoln en noches de estupor. Dice que no lo hace para ostentar ni para lucirse delante de los ‘‘jevitos’’ de Santo Domingo, sino porque le gusta correr por las calles de la ciudad para probar y probarse. Nunca ha tenido un accidente y se divierte como pocos.
Andrés Sánchez y Antonio Polanco, dieciseis y diecisiete años, por el contrario, son cinéfilos que frecuentan los puntos de reunión y centros de comida rápida. Allí se reúnen con sus amigos y compañeros para lucir sus ropas y expresarse individualmente. Cuentan que las discotecas no les llaman mucho la atención porque se ha colado mucha gente adepta a los vicios. Ellos y sus amigos, cuando quieren bailar, organizan fiestas particulares. ‘‘Hoy usted le pregunta a la juventud a dónde va a distraerse y casi todo el mundo le dice que a Ágora Mall, a Galería 360, a Sambil, al Blue Mall o a la torre Acrópolis. Allí vamos al cine, a los Mc Donalds y vemos las tiendas. Nos encontramos con mucha gente y hablamos de todo. Así hacemos cada fin de semana. Cuando viene la Feria Mecánica o el Circo, damos una vuelta, pero al igual que los conciertos, son sitios de ocasión. Donde nos divertimos de verdad es en los puntos de encuentro como Blue Mall y Acrópolis’’.
El joven Andrés mira a su amigo, quien consiente todo cuanto acaba de decir. Y Se le pregunta por otros espacios que dos décadas atrás podían ser centros de entrenimiento, como el Malecón, pero ellos se ríen: “El Malecón ahora es para los ‘tígueres’. Allí los jóvenes no vamos”, concluye Antonio.
Sara Martínez, de quince años, estudia bachillerato en el colegio Aurora Tavárez Belliard, y asegura que hoy los jóvenes tienen muy pocos sitios públicos donde distraerse, con excepción del cine y las discotecas. “Cada quien se divierte en un espacio mínimo. Y la mayoría de las veces nos quedamos en la casa a ver el telecable, el VHS o el Internet. Yo y mis amigos nos entretenemos chateando o en juegos interactivos. Y nos divertimos así tanto o más que si fuéramos a una discoteca”.
Crisis del entretenimiento
El periodista Raúl Pérez Peña (Bacho) considera que el peso de los medios electrónicos, de la televisión y la Internet obliga a la juventud no solo a recluirse para disfrutar de estos como las ofertas de entretenimiento más solicitadas de la modernidad.
“En nuestro país, y específicamente en la ciudad de Santo Domingo, hay una crisis de diversión pública debido a las pocas ofertas de eventos sanos que convoquen a la participación colectiva. Antes habían varios puntos y las casas se vaciaban porque la gente iba a divertirse, pero ya no existen. Hasta las instituciones relacionadas con las atracciones de la Capital, incluyendo los hoteleros, dicen que los turistas tienen que quedarse en las habitaciones de los hoteles porque no existe una oferta de entretenimiento”. En los últimos cincuenta años la diversión, como concepto, ha evolucionado de manera radical en la sociedad dominicana. Pero en el fondo, el objetivo sigue siendo el mismo: el tributo a la plenitud a partir de la explosión del yo interior, de ese querer salir todos los días en forma de noche sabatina.