Se ha convertido en un clásico de la rutina matinal de todos aquellos que seguimos la actualidad. No hay semana en la que no nos demos de bruces con un artículo que diga «Los médicos piden que retires este misterioso alimento que no es tan saludable como creerías». Estos días, por ejemplo, le ha tocado al sandwich mixto.
¿Al sandwich mixto? ¿En serio? Sí, pero lo más sorprendente no es eso. Lo más sorprendente es que alguien pensara en algún momento que ese monumento al ultraprocesado que suele ser el bikini con su pan de molde, su jamón york y su queso extrafundente era una comida especialmente saludable.
Sí, es cierto: se puede hacer un sandwich mixto con pan integral de masa madre, un queso aceptable nutricionalmente hablando y jamón cocido con un alto contenido en carne de cerdo (o lacón directamente). Sin embargo, nadie está hablando de eso.
El problema no es dónde estamos… Es cierto que hemos llegado a un punto llamativo en el que cada componente de la dieta se examina minuciosamente. La mayor parte de las veces sin ningún fundamento científico porque, en fin, ya quisiéramos poder determinar el impacto de un producto en la salud independientemente de la dieta, los hábitos de vida y de otros condicionantes socio-sanitarios.
…el problema es de dónde venimos. Y es que llevamos décadas en las que las recomendaciones nutricionales se han convertido en un auténtico campo de batalla. El mejor ejemplo es la pirámide nutricional. Lo que nació como una idea del gobierno sueco para, en mitad de la crisis alcista de precios de la comida de los 70, explicar cuáles eran los alimentos “básicos”, cuáles eran los alimentos “complementarios” y cuánta cantidad se debía consumir de cada uno de ellos… se convirtió rápidamente en una salvaje batalla campal entre investigadores, gobiernos y productores.
Para la industria alimentaria, la pirámide desbordaba la salud pública: era una ayuda inestimable (o una agresión directa) del gobierno en su negocio. Y el lobby hizo su trabajo. En el 92, cuando el Gobierno estadounidense elaboró su primera pirámide, se incluyó un apartado específico para los lácteos con la idea de transmitir que los lácteos eran necesarios para dieta equilibrada. Algo que es más que discutible.
De la pirámide a nutriscore. Pasando por un montón de sitios, polémicas y recomendaciones extrañas. No hace falta recordar que hace un par de años teníamos a catedráticos de universidades españolas defendiendo a capa y espada que consumir cerveza es bueno para la salud.
Esto, pero sobre todo la velocidad a la que cambian las recomendaciones nutricionales han acabado por generar un enorme problema de credibilidad. No porque la ciudadanía haya dejado creer en la ciencia nutricional, sino porque es imposible seguirle el ritmo a la investigación.
Una investigación, que por esas mismas presiones de la industria se concibe precisamente para confundir el debate público sobre la alimentación. Las polémicas relacionadas con sistemas de semáforo nutricional tipo NutriScore dando puntuaciones positivas a productos poco saludables son prueba de ello.
¿Qué podemos hacer? Ha llegado un punto en que es arriesgado ir siguiendo el «último estudio nutricional disponible» precisamente porque hacerlo solo puede acabar por marearnos. En este caso, parece que lo más razonable es el sentido común: seguir las recomendaciones generales de la OMS y ser flexibles con ellas. Ah, y ser pacientes. Como explicaba Cruz Campillo, «la nutrición es un campo complejo. Solo el tiempo es capaz de definir si una recomendación estaba completamente en lo cierto o no».