El presidente y el candidato demócrata tratan de seducir a los electores de uno de los estados más disputados del país, donde los hispanos son clave
LONGBOAT KEY, Florida — La semana pasada, Linda Kanner cargaba víveres en su Volvo —que estaba estacionado afuera de un supermercado Publix en este próspero enclave de la Costa del Golfo— mientras pronunciaba un torrente de improperios contra el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para explicar por qué ella “votaría por Mickey Mouse”, antes que por un mandatario cuya conducta le parece atroz.
Como muchos votantes de esta zona, Kanner es una jubilada republicana del Medio Oeste estadounidense y está apoyando a Joseph R. Biden Jr., a diferencia de 2016, cuando rechazó a los nominados de los dos principales partidos. Dice que considera que Biden es una opción más aceptable que Hillary Clinton.
Sin embargo, en todo Miami llama la atención el aparente declive de Biden con los hispanos, una situación que preocupa a los demócratas. Los funcionarios republicanos, y el propio Trump, han hecho repetidas propuestas no solo a los cubanoestadounidenses que han sido una parte sólida de su coalición, sino a los hispanos que no son cubanos, un grupo de votantes en crecimiento y potencialmente fundamental.
Es tan poco probable que Biden gane Longboat Key —en el somnoliento y mayormente blanco condado de Sarasota, incluso con el apoyo de votantes como Kanner— como que Trump resulte victorioso en el condado de Miami-Dade, el vibrante y diverso centro demócrata de todo ese estado. Sin embargo, Florida y la propia Casa Blanca podrían depender de la capacidad de ambos candidatos para reducir sus pérdidas en lugares tan volátiles.
En una era de polarización, donde los votantes indecisos son escasos, las elecciones en Florida se ganan al impulsar la participación de los fieles, ampliar la ventaja en los territorios favorables y con derrotas reñidas en los distritos hostiles. En un estado dividido de manera tan equitativa que las elecciones suelen decidirse por unos pocos miles de votos o, de manera más memorable, por unos pocos cientos, la movilización de los simpatizantes supera a la predicación a los pocos indecisos.
“El secreto de Florida ahora es que es un juego de márgenes”, dijo Gwen Graham, una ex congresista que trabajó durante décadas en las campañas de su padre, el exgobernador y ex senador Bob Graham.
En parte, esa es la razón por la que los demócratas se sintieron tan molestos la semana pasada por la decisión de una corte federal de apelaciones que casi aseguró que al menos 774.000 ex delincuentes en el estado, muchos de los cuales son demócratas, no podrían reclamar sus derechos al voto este año sin antes pagar todos los gastos de sus tasas judiciales. Pero el partido recibió buenas noticias durante el fin de semana cuando el multimillonario Michael R. Bloomberg, bajo presión para cumplir sus promesas, aseguró que gastará 100 millones de dólares en Florida para ayudar a que Biden gane allí.
Cuatro años después de que Trump ganó Florida por poco más de un punto porcentual, las encuestas muestran que el estado está, fiel a su estilo, en el filo de la navaja y vuelve a ser visto como un posible punto de inflexión. El martes 15 de septiembre, Biden hizo su primer viaje al estado desde que reclamó la nominación de su partido durante la primavera. Trump ha realizado varias visitas al estado, incluida la de la semana pasada.
Si Biden puede hacer incursiones en las ricas comunidades republicanas de jubilados del estado, con votantes que se arrepienten de apoyar a Trump o que votaron por otros candidatos en 2016, complicaría enormemente las matemáticas del Partido Republicano. Y si el presidente se desempeña mejor con los hispanos que hace cuatro años, y reduce la ventaja de Biden en zonas urbanas como Miami, prácticamente bloquearía cualquier camino demócrata hacia la victoria en Florida.
Es un cambio respecto al pasado reciente, cuando la clave para ganar en este rompecabezas político —y políglota— era cortejar a los votantes a lo largo del corredor I-4 en el centro del estado. Los candidatos de ambos partidos se abrieron camino hacia ese tramo de la carretera porque el electorado alrededor de Tampa y Orlando estaba en juego. Sin embargo, ahora las encuestas indican que más del 90 por ciento de los votantes saben a quién están apoyando, por lo que la contienda podría decidirse por el candidato que haga un mejor trabajo entre los que ya decidieron.
Ningún sector electoral parece más decisivo que las personas mayores, cuyas encuestas muestran que son más receptivas con Biden que con Clinton, y los hispanos, que según las mismas encuestas apoyan más a Trump que en 2016.
“Los cubanoestadounidenses se han consolidado en torno a Trump, y lo que no ha funcionado para Joe como debería son los votantes puertorriqueños”, dijo el ex senador Bill Nelson, un demócrata cercano a Biden. Nelson —quien perdió en 2018 en parte debido a los logros del senador Rick Scott con los hispanos— dijo que le había expresado su preocupación al personal de la campaña de Biden.
Cuando se le preguntó si habían tomado en cuenta sus comentarios, dijo: “Si quieren ganar, es mejor que lo hagan”. El viaje de Biden el martes incluyó una visita a la comunidad puertorriqueña en las afueras de Orlando.
El 14 de septiembre, después de pronunciar un discurso sobre los incendios forestales y el cambio climático, le preguntaron a Biden cuál iba a ser su mensaje en Florida. “Hablaré sobre cómo voy a trabajar como el diablo para ganar todos los votos latinos e hispanos”, contestó.
En medio de la ansiedad, la campaña de Biden envió la semana pasada a su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris, a Miami, en donde hizo una parada no programada en un local de arepas en Doral, hogar de tantos venezolanos que le dicen Doralzuela.
El desafío de los demócratas con los hispanos es doble: hasta hace poco han evitado hacer campaña en persona en medio de la pandemia, y los republicanos han dedicado años a cortejar a los latinos en el único lugar del país donde son menos demócratas.
Aunque los cubanos han dominado el voto hispano en el estado durante décadas, ahora solo superan por poco a los hispanos no cubanos, con un 51 frente a un 49 por ciento. Eso convierte a los puertorriqueños, centroamericanos y sudamericanos en un objetivo atractivo para los demócratas, que pueden abrirse camino más fácilmente entre los votantes de tendencia demócrata que entre los cubanos más conservadores.
Pero ganarse a los hispanos no cubanos requiere el tipo de tiempo y dinero que la campaña de Biden ha comenzado a invertir recientemente.
“Es algo típico: dar por sentado a las comunidades y pensar que van a cumplir 30 días antes de las elecciones”, se burló Ana Carbonell, una republicana y asesora principal de la campaña de Rick Scott al senado, quien se especializaba en llegar a los hispanos.
Fuente : Infobae