El contacto social se considera una necesidad básica en muchos animales y, al igual que nuestra necesidad de alimentos, puede estar gobernado por un sistema regulador dedicado denominado homeostasis social.
En los seres humanos los estados prolongados de soledad y la angustia que se siente por la percepción de que no se está satisfaciendo la necesidad de conectarse, tienen consecuencias perjudiciales para la salud.
Sin embargo, solo un estudio había investigado hasta el momento los efectos del aislamiento social a corto plazo inducido experimentalmente. Ahora, nuestro análisis realizado por investigadores de la Universidad de Viena en Austria y la Universidad de Cambridge en el Reino Unido descubrió que en ciertas personas ocho horas de soledad pueden agotar la energía y aumentar la fatiga tanto como pasar ocho horas sin comer. Los hallazgos acaban de ser publicados en Psychological Science.
La prueba de laboratorio y el experimento de campo del equipo mostraron que las personas que viven solas o que disfrutan particularmente de las interacciones sociales son las más propensas a verse afectadas por la falta de compañía.
Además, pareció que la reducción de energía es el resultado de cambios en la respuesta homeostática del cuerpo: una especie de acto de equilibrio, donde la falta de conexión social desencadena una reacción biológica.
En el estudio de laboratorio, encontramos sorprendentes similitudes entre el aislamiento social y la privación de alimentos. Ambos estados indujeron una disminución de la energía y un aumento de la fatiga, lo cual es inesperado dado que la privación de alimentos literalmente nos hace perder energía, mientras que el aislamiento social no debería hacerlo.
Agotadora soledad
Para el estudio de laboratorio, 30 voluntarias fueron examinadas en tres días separados de ocho horas cada uno: una jornada sin contacto social, otra sin comida y una más sin contacto social ni comida. Los participantes promocionaron retroalimentación sobre su estrés, estado de ánimo y fatiga, mientras que los especialistas también midieron la frecuencia cardíaca y los niveles de cortisol salival (indicadores estándar de estrés).
El experimento involucró a 87 participantes que vivían en Austria, Italia o Alemania, y cubrió períodos de medidas de bloqueo de COVID-19entre abril y mayo de 2020.
Los involucrados habían pasado al menos ocho horas aislados y se les pidió que respondieran preguntas a través de un teléfono inteligente o aplicación similares a las que se utilizaron en la prueba de laboratorio: sobre el estrés, sobre el estado de ánimo y sobre la fatiga. Si bien el experimento de campo no involucró alimentos, sus resultados (niveles más bajos de energía después del aislamiento) coinciden con el trabajo de laboratorio, lo que sugiere que la comparación entre no tener interacción social y no tener sustento es válida. La prueba del mundo real también mostró que los que vivían solos y los más sociables se vieron más afectados.
Sus niveles de energía informados cayeron en los días en los que no interactuaron con nadie en comparación con las jornadas en los que tuvieron algunas interacciones breves, un efecto que no se observó en los participantes menos sociables.
“El hecho de que veamos este efecto incluso después de un breve período de aislamiento sugiere que la baja energía podría ser una respuesta adaptativa homeostática social, que a la larga puede volverse desadaptativa”, indicó la psicóloga Giorgia Silani, de la Universidad de Viena.
Entonces, a medida que se extienda el tiempo de aislamiento, es probable que el daño empeore: estudios previos compararon la soledad con problemas de salud pública como la obesidad, lo que sugiere que existe un riesgo significativo de muerte prematura debido al aislamiento social. Investigaciones anteriores también han mostrado evidencia de un circuito de retroalimentación, donde la falta de socialización hace que sea menos probable que queramos salir al mundo y hacer conexiones, una especie de espiral de soledad de la que es cada vez más difícil salir.
También sabemos que pasar tiempo a solas puede ser beneficioso para ciertas personas en términos de su bienestar. La investigación futura en grupos de participantes más grandes y más diversos podrá examinar más a fondo estas asociaciones. Es bien sabido que la soledad a largo plazo y la fatiga están relacionadas, pero sabemos poco sobre los mecanismos inmediatos que subyacen a este vínculo.
De la presente investigación también formaron parte Paul AG Forbes, Livia Tomova, Nadine Skoluda, Anja C. Feneberg, Julio Piperno, Ekaterina Pronizius, Urs M. Nater y Claus Lamm.